Ser el mejor futbolista del mundo desecha automáticamente la oportunidad de tener un mal día. Cuando el partido no fluye en el sentido que debería el único responsable, señalado por los dedos deterministas, es el que lleva escrito Messi en la espalda y debajo el número 10.
Los momentos de más apremio reducen el rango de error a su mínima potencia. Sea clásico, eliminatoria de Champions League o final de copa se necesita que Messi sea doblemente Messi; cada tiro a portería debe ser gol, cada pase asistencia y cada regate exitoso. Cualquier cosa por debajo de eso es motivo de lapidación mediática contra el argentino.
Cuando se supo que Barcelona enfrentaría al Bayern Múnich en las semifinales de Champions de la temporada 2015 los ojos del mundo entero voltearon hacía Lionel en quién recaía la responsabilidad de una venganza blaugrana por el 7 – 0 sucedido dos temporadas atrás. La eliminatoria tenía, además, el añadido de ver a Pep Guardiola regresar al Camp Nou, ahora como entrenador del Bayern.

Los cuestionamientos comenzaron: Messi no ha anotado en semifinales de Champions, Messi no ha anotado contra Neuer, Messi no ha anotado contra el Bayern.
Ser el mejor del mundo pone sobre tus hombros mucha presión, pero también pone sobre tu botín el privilegio de dirigir en favor de tu equipo un partido que está completamente a la deriva
Porque ni siquiera el entrenador que potenció tus habilidades es capaz de encontrar la fórmula para detenerte. Y entonces haces parecer a un defensa campeón del mundo como amateur, incapaz de mantenerse en pie ante tu regate y el mejor portero del mundo se tiene que resignar con ver el balón entrar a la portería ante el esfuerzo inútil de su compañero.
Para que los que no saben de fútbol se sorprendan, los que medio saben se emocionen y los expertos te ovacionen. Es ahí cuando toman sentido las proféticas palabras de Guardiola A Messi lo disfruté y ahora lo puedo sufrir.
El Camp Nou se une en una ovación que representa también las voces de los millones que no están ahí. Hasta quienes lo detestan lo reconocen como un genio. Incluso Guardiola miente al decir que lo sufre; nadie que disfrute de este deporte puede sufrir a Messi.
Boateng bromea 5 años después: Quisiera verlos a ustedes defenderlo, sabiendo de antemano que no existe alguien capaz de detener al pibito rosarino cuando se perfila de frente con la pelota pegada al pie.
Al final de cuentas Boateng involuntariamente ayudó a inmortalizar uno de los goles más bellos en la historia de la Liga de Campeones, un gol que ha trascendido del partido mismo. Pocas veces una jugada, un momento, una foto es capaz de quedar plasmada como signo del deporte mismo. Son genialidades; genialidades propias del argentino que lleva escrito Messi en la espalda y debajo el número 10.
